Poem by Gabriela Mistral, 1889-1957, Chile. English translation by Liz Henry.
Paisajes de la Patagonia
I. Desolación
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera
la tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace de mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito
y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir inmensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no cuento los instantes,
porque la “noche larga” ahora tan sólo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
la nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su albura bajando de los cielos!
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
Patagonian Landscapes
I. Desolation
The seafoam, endless, thick, so I couldn’t find
the line where the sea dashed its wave at me.
The land I came to doesn’t have spring:
it has its long night, in which I find no mother.
The wind at my house makes its round of laments
and howling; breaks, like a mirror, my shout.
And in the white prairies, the infinite horizon,
I gaze at the dying of immense sorrowful sunsets.
What to call her, she who has come
so far that only the dead have gone further?
The dead, so alone, study an ocean hushed and grow stiff,
frozen the arms of the dead, in the arms of those they love.
The ships whose sails fly white in the harbor
come from lands where my loved ones never have been;
their bright-eyed men don’t know my rivers
and bring forth pale fruits without the light of my orchards.
And the question that rises in my throat
upon seeing them pass, falls, conquered:
they speak strange tongues and are not moved
by the words that my ancient mother sings in lands of gold.
I watch the snow as if the dust of graves;
I watch the mist form and grow like death throes,
and so as not to go mad I don’t count the seconds,
because the long night now so lonely begins.
I watch the entraptured prairie, gather to me its pain,
I that came to see the mortal lands.
The snow is the semblance that appears in my mirror;
its whiteness will ever be, ever under the heavens!
Ever, she, grandly silent, like the lofty gaze
of God upon me; ever her bridal wreath laid over my house;
ever, like a fate that never fades nor comes to pass,
she will descend to cover me, terrible and ecstatic.